El virus de la hepatitis C se aloja en el hígado y va afectándolo lenta y progresivamente. Si no se detecta a tiempo, puede generar daño irreversible en este órgano, llevando al desarrollo de cirrosis, cáncer o inclusive a la necesidad de un trasplante.
La enorme mayoría de las veces no presenta síntomas y los que puede ocasionar son fatiga, náuseas, pérdida del apetito, cefalea, dolor abdominal o cuadro gripal, que son fácilmente confundibles con otras condiciones, por lo que no ayudan a orientar el diagnóstico.
En nuestro país, existe un elevado subdiagnóstico de esta enfermedad.
Afortunadamente, se puede detectar con un simple examen de sangre -pidiendo al especialista que incluya a este virus entre los parámetros a analizar- y se pueden curar prácticamente todos los pacientes con tratamientos por vía oral que duran entre 8 y 12 semanas y no presenta efectos adversos.
Con realizarnos el test de hepatitis C aunque sea una vez en la vida, podemos enterarnos a tiempo si tenemos el virus y tomar medidas para curarnos antes de que esté comprometida seriamente nuestra salud y pueda ser demasiado tarde.